Manuel Alcántara Sáez
1.Introducción
La gran heterogeneidad de América latina no impide señalar como un denominador común su estabilidad democrática como nunca en su historia desde un lapso tan prolongado iniciado a finales de la década de 1970 y que afecta al unísono a la gran mayoría de los países. Salvo Cuba todos se han movido dentro de la democracia representativa como tipo de régimen político. En una región en la que el presidencialismo es la forma de gobierno, la elección del titular del Poder Ejecutivo mediante el voto igual, directo y secreto de la ciudadanía constituye normalmente el principal elemento que guía a los comicios.
Hay un consenso generalizado en la bibliografía especializada en torno a la idea de que en la relación entre elecciones y democracia en la medida en que aquellas sirvan para que quien esté en el poder pueda perderlo y quien ocupe la oposición pueda llegar al poder la lógica de la representación democrática funciona correctamente. La alternancia así no es un fin en sí mismo del proceso electoral, pero es un gran indicador de la bonanza en su operatividad. En este aspecto, América Latina ofrece un panorama satisfactorio que resalta más si se compara con cualquier otra época de su historia. Diez de los quince países que tuvieron elecciones presidenciales entre 2017 y 2019 tienen un índice de alternancia (probabilidad de que se de, resultado de la división del número de casos en que ocurrió sobre el total) en torno al ideal y solo Paraguay y Venezuela ocupan lugares de alternancia baja. Panamá y Guatemala tienen una alternancia extrema a resultas de la enorme volatilidad de su vida política.
La dimensión electoral continúa manteniendo la pauta en el seno de las variedades en que la democracia puede ser descompuesta (ver Gráfico 1). Su relación con la variedad liberal de la democracia es muy clara y, para América Latina, ambas se sitúan claramente por encima de las variedades participativa e igualitaria de la democracia. El despegue de las primeras de las segundas, coincidente con el inicio de la década de 1990, es una de las características más interesantes e ilustrativas del devenir de la democracia en la región.
Por otra parte, y dejando la dimensión agregada para abordar los casos nacionales individualizados, los Gráficos 2, 3 y 4 muestran que este componente electoral de la democracia para los diferentes países aquí estudiados ha evolucionado satisfactoriamente para todos ellos durante el periodo de análisis considerado, aunque con diferencias destacadas; de manera que Argentina, Costa Rica, Chile, México y Uruguay se sitúan en niveles altos (superiores a 0,8 en la escala) sobresaliendo con relación al resto. Solamente Venezuela decae de forma nítida desde 1999 y, de manera notable, Honduras desde 2008.
A continuación, se abordan aspectos generales del estado en que quedan componentes esenciales del sistema político de los países abordados en este volumen que dibujan un panorama de democracia fatigada (Alcántara, 2019) en función de las respuestas dadas por el electorado a los nuevos retos con que se enfrentan las sociedades latinoamericanas y al propio desgaste de los mecanismos de la representación política. En efecto, los países latinoamericanos sufren inequívocos síntomas de fatiga que afectan a la política. Se trata del malestar que impera en las sociedades, así como de la crisis que afecta a las instituciones representativas y que se evidencia en la pendiente descendiente de las cinco variedades de la democracia a partir de 2014 como pone de manifiesto el Gráfico 1.
Gráfico 1. Cinco variedades en AL (media de los 15 países) 1978-2018
Fuente: Elaboración a cargo de Asbel Bohigues con datos del proyecto V-DEM.
El malestar societal (Alcántara y Power, 2017) se expresa en la presencia de movimientos de protesta en un clima de conflicto social en un ambiente de radicalización de narrativas, no necesariamente políticas, y de polarización. Un reflejo de ello se ha proyectado en las ciudades de un importante número de países en el último cuatrimestre de 2019. Este malestar tiene como origen el mantenimiento de patrones de percepción de la desigualdad y de la exclusión social, con pautas de distribución de la riqueza muy deficientes y desarrollo de expectativas no satisfechas, así como por la explícita corrupción cuya visibilidad le hace ser más insoportable y, en tercer lugar, por el imperio cultural del neoliberalismo que potencia respuestas individuales y egoístas, confrontadoras de quehaceres tradicionales de acción colectiva y de lógicas de solidaridad en un escenario extremo de sociedades líquidas.
Por su parte, la crisis de la democracia representativa se pone en evidencia en los altos índices de desconfianza institucional que tiene la población y en la menor validación de la democracia. Ello tiene su epicentro, como se verá más adelante, en el deterioro del papel clásico de los partidos políticos que sufren una dramática pérdida de identidad y son capturados por parte de candidatos que priman proyectos de marcado carácter personalista. Además, los sistemas de partidos son vapuleados por la alta volatilidad electoral, por la polarización y por su constante fragmentación. Finalmente, se ha registrado un incremento de la presencia de las Fuerzas Armadas en la vida pública de buena parte de los países de la región. Esta va desde la incorporación de un tercio de militares como integrantes del gobierno de Bolsonaro a su tutela imprescindible en Venezuela y Nicaragua, sin dejar de lado el apoyo explícito a cruciales decisiones durante 2019 de los gobiernos de Perú, Ecuador y Chile, así como a la intervención en la crisis boliviana sugiriendo la renuncia del presidente Morales.
Gráfico 2. Democracia electoral en América central y México: 1978-2018
Fuente: Elaboración a cargo de Asbel Bohigues con datos del proyecto V-DEM.
Gráfico 3. Democracia electoral en el Cono Sur: 1978-2018
Fuente: Elaboración a cargo de Asbel Bohigues con datos del proyecto V-DEM.
Gráfico 4. Democracia electoral en los Andes: 1978-2018
Fuente: Elaboración a cargo de Asbel Bohigues con datos del proyecto V-DEM.
2. Las relaciones Ejecutivo-Legislativo
Los tres años de procesos electorales han vuelto a poner de relieve la dificultad inherente al régimen presidencial latinoamericano, combinado con lógicas de representación proporcional para la elección del Legislativo, a la hora de alcanzar gobiernos con mayoría parlamentaria. De hecho, en los catorce países abordados en Alcántara (2020) únicamente el presidente tiene una mayoría cómoda en México y en Paraguay y se acerca a ella en Honduras y Panamá. En los restantes países debe trenzar alianzas multipardistas para asegurar niveles de gobernabilidad mínimos. Especialmente precaria es la situación de Brasil, Costa Rica, El Salvador y Guatemala países en los que la bancada presidencial es extremadamente reducida. Incluso en Brasil se ha dado el inusual caso de que el presidente Jair Bolsonaro se salió de su formación política para articular una nueva, también minoritaria, desde la presidencia. En cuanto a Ecuador, el presidente Lenín Moreno, tras su total ruptura con su predecesor, Rafael Correa, tuvo que lidiar con un partido que, si inicialmente era mayoritario, terminó quedando fragmentado. Venezuela, por su parte, representa un caso extremo habida cuenta no solo de la dramática confrontación entre ambos poderes sino de la irregular elección de Nicolás Maduro.
Las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo se ven también afectada por el nivel de competitividad parlamentaria, así como por la concentración parlamentaria. Mientras que la primera es baja, reflejo de la liza multipartidista, y tiende a estabilizarse a lo largo del tiempo (hay casi un mismo número de países donde baja que en los que sube), en la segunda se evidencia que, salvo los casos particulares de Brasil y de Chile en los restantes países supera el 57% para el lapso considerado de 40 años. Además, la concentración parlamentaria tiende a disminuir en la mayoría de los países, siendo el descenso más acusado en dos países caracterizados históricamente por el bipartidismo como son Colombia y Costa Rica.
Ambas mediciones ponen de relieve, una vez más, las serias dificultades que se registran a la hora de establecer una colaboración estable entre el Ejecutivo y el Legislativo. A ello hay que añadir la debilidad original de los presidentes con relación a las formaciones partidistas que les apoyan directamente al no ser líderes de estas. Su poder proviene de la circunstancia de ser los titulares del Ejecutivo y no tanto de su liderazgo partidista. Los casos de Nayib Bukele, Jair Bolsonaro, Iván Duque, Abdo Gutiérrez y Lenin Moreno son una clara evidencia de ello. Contrastan con los de Andrés Manuel López Obrador y Alberto Lacalle cuya conducción de su formación política es indudable.
Otro aspecto que merece destacarse en la política latinoamericana por ser una práctica que va consolidándose poco a poco es la presencia en el Senado de expresidentes. Álvaro Uribe, Cristina Fernández, José Mujica y Fernando Lugo son el ejemplo de ello si bien su nivel de actuación y de imbricación en la liza política cotidiana es diferente habida cuenta, además, de que los dos últimos se encuentran en la oposición.
3. Los cambios en los sistemas de partidos
Es en el ámbito de los sistemas de partidos donde se registran los cambios más notables que suponen un claro síntoma de fatiga del sistema democrático. Bien es cierto que el nivel de partidización de la vida política latinoamericana continúa siendo manifiesto, de manera que se traduce en que los partidos siguen constituyendo los canales de selección del personal político. De hecho, tras los comicios celebrados entre 2017 y 2019 todos los presidentes electos proceden del universo partidista con mayor o menor intensidad en su militancia. Igualmente, el número de representantes independientes en el ámbito de los Legislativos es prácticamente nulo. Las transformaciones hay que analizarlas tomando en consideración cinco dimensiones clásicas de los sistemas de partidos como son: la volatilidad, el número efectivo de partidos, la polarización ideológica y, finalmente, la confianza y la identidad partidista. Se trata de dimensiones que, cuando se toma un periodo suficientemente amplio (30 años), proyectan de manera inequívoca la tendencia que define su evolución.
La volatilidad electoral agregada para la arena parlamentaria entre 1988 y 2019 tiene valores promedio que son medios y medios altos salvo para Honduras, Chile y El Salvador. Ese es un indicador que habla de la baja estabilidad en la relación entre la oferta (los partidos) y la demanda (los electores) que tradicionalmente vive la región. Pero si el periodo analizado se divide en dos subperiodos de igual duración entonces se puede advertir que la volatilidad, entre el primer y el segundo periodo, crece en un mayor número de países (9) que en aquellos donde disminuye (6). Además, en términos absolutos y para la mayoría de los casos, las cifras de crecimiento de la volatilidad superan a las de su reducción. Ambos factores dicen mucho acerca de la dificultad que tiene la oferta partidista de estabilizarse, algo que se ha mantenido en el último trienio.
Algo similar sucede con la fragmentación del sistema de partidos. Los valores promedio se refieren sin lugar a duda a un escenario multipartidista con las excepciones de Honduras y de Paraguay. Brasil y Chile protagonizan casos extremos de exacerbación del multipartidismo.
Los datos relativos a la polarización del sistema de partidos son aun más concluyentes. En efecto, la polarización ha aumentado en todos los casos considerados con la excepción de Costa Rica y Paraguay, países en los que, por otra parte, el descenso en la polarización ha sido muy reducida. Este es un fenómeno que al igual que ocurre con la fragmentación también equipara a América Latina con otras democracias.
La confianza y la identificación partidista son dos dimensiones de carácter subjetivo que están construidas gracias a la existencia de estudios demoscópicos comparados que permiten ahondar en el grado de legitimidad de que gozan los partidos, la primera, y en la capacidad de la gente de empatizar con los ellos, la segunda. La confianza partidista presenta niveles reducidos para todos los países, además entre 2009 y 2019 en promedio regional la media ha descendido diez puntos porcentuales, lo que evidencia el completo y homogéneo deterioro de esta dimensión constituyendo uno de los síntomas de la citada fatiga. En cuanto a la identificación partidista la situación es muy similar. El deterioro, se da en todos los países analizados y en términos medios regionales se registra una caida de 25 puntos porcentuales. El descenso es mucho más acusado que en la confianza y traduce el alejamiento de la sociedad de unos partidos que, por otra parte y como se dijo más arriba, siguen manteniendo el monopolio de la representación.
4. Un nuevo ciclo político
El trienio 2017-2019 consolida la profunda transformación que comenzó a registrarse en la región tras la muerte de Hugo Chávez en 2013 y, seguidamente, el cambio de ciclo económico como consecuencia del descenso del precio de las materias primas y de la demanda asiática. Ello empató con el nuevo escenario social definido por la gran revolución registrada en el ámbito de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación que ha supuesto la vigencia de formas radicales de vida bajo el imperio del yo y la exacerbación de la competencia.
La vida política en la región, en la que las intensas diferencias nacionales siguen siendo una constante, goza de unos paralelismos con otras zonas del mundo como nunca había sucedido. Aunque el presidencialismo continúa siendo un elemento diferenciador hay elementos presentes que imponen escenarios similares a los de otros lugares. Los problemas de identidad, en una región muy marcada por factores étnicos, el fuerte legado del patriarcado, la tensión entre la extracción de recursos naturales para financiar el desarrollo y el equilibrio ecológico y la alienación que supone el acortamiento de las expectativas de progreso ante la brecha de la desigualdad, configuran la agenda política.
Por otra parte, hay que tener en cuenta una circunstancia cada vez más generalizada en América Latina que es el alto grado de personalización de la liza política ya que las campañas electorales se centran fundamentalmente en individuos más que en programas. Eso conlleva que siga pendiente el tema de la reelección como una obsesión recurrente; así mismo, el significado de los partidos políticos en su función de agregación de intereses y de articulación de las preferencias se ve muy afectado. Además, la financiación de la política se oscurece entre los vericuetos de expresiones individualizadas frente a las de carácter institucional siendo pasto de prácticas corruptas irrestrictas.
La democracia fatigada puede ser una etapa transitoria de duración imprecisa o, por el contrario, es posible que sea la antesala de una nueva forma de hacer política en connivencia con el fortalecimiento del capitalismo y en un contexto social (e individual) muy diferente al vivido hasta ahora. A corto plazo los procesos electorales están garantizados como mecanismos para elegir y/o revalidar al personal político. La rutina del camino a las urnas está suficientemente asentada para garantizar el mantenimiento de la variedad electoral de la democracia durante cierto tiempo. Sin embargo, los legados institucionales de esta forma de gobierno, asentados hace más de dos siglos y desarrollados con pleno vigor en los últimos 45 años tras el inicio de la “tercera ola”, hacen agua frente a las transformaciones societales referidas más arriba. Nunca se ha votado tanto y, a la vez, nunca el descontento ha alcanzado tal grado.
En la agenda política aparecen proyectos de reforma constitucional que se engarzan con una pesada tradición de transformaciones legales como señuelos para mejorar el estado de cosas. Pero los procedimientos están fuertemente condicionados por mecanismos obsoletos de representación de una ciudadanía que ha roto buena parte de los vínculos clásicos que tenía con la política para establecer otros nuevos más versátiles, y por tanto más huidizos e inestables. En ese marco, las clásicas reglas de la política aparecen obsoletas, el ritual de los ordenamientos se considera un corsé y los plazos que rigen las convocatorias una antigualla. Además, a veces los políticos profesionales capturan la arena pública impidiendo fórmulas de cambio que pudieran afectar a sus intereses.
Bibliografía citada
Alcántara, Manuel (dir.) (2020) América Latina vota, 2017-2019. Tecnos: Madrid.
Alcántara, Manuel (2019). “Los partidos y la fatiga de la democracia. Especial referencia para el caso de América Latina”. Revista Derecho Electoral. Costa Rica. Nº 28. Págs. 1-24.
Alcántara, Manuel y Timothy Power (2017) “Malaise as a Symptom of Conflict: Argentina, Chile, and Uruguay in Comparative Perspective” en Alfredo Joignant, Claudio Fuentes y Mauricio Morales (eds.) Malaise in Representation in Latin American Countries. Chile, Argentina and Uruguay. Palgrave Macmillan: New York. Págs.: 323-338.